miércoles, 15 de diciembre de 2010

Monedas



Jugaba Dios al póker cuando se le cayó
aquella pequeña moneda azul al suelo.
Es tuya, le dijo al diablo, que ya tenía su pie encima.

Estaba rodeado de riquezas, ya que todo lo que tocaba
se transformaba en oro. Sólo se salvó su esposa.
Llevaban veinte años de casados (“Midas”).

Todos al piso, hijos de atraco! esto es una puta!
Hey, moneda! dame todo lo que tengas
en la caja, incluyendo las monadas!

Mientras sostenía la moneda en el agua,
pidió su deseo. El rayo lo fulminó en un instante.
Siempre había deseado tener chispa.

En el zoológico puedes comprar por dos cacahuetes
una bolsa de monedas. Es muy divertido
tirárselas a los humanos, se pelean como locos.

Se aferraba a ella como el moribundo a una biblia.
El primer ahorro de toditita su vida.
«¿Lo quieres o no, niña?», gritó el heladero.

Sudoroso y temblando, Pilatos se jugó la suerte
de aquel mago extranjero a cara o cruz.
Nadie dio la cara por él. Su cruz fue su destino.

La risa que le provocaba arrojarles monedas falsas
a los mendigos le desapareció el día
que se halló sin una auténtica para el barquero.

El chiquillo propinó un fuerte puntapié al mago
cuando desapareció su moneda.
El usurero, orgulloso, besó a su digno sucesor.

La chica del parche nos contó cómo,
de joven, el viejo Luke acertaba a sobaquillo
a una moneda lanzada cinco metros hacia lo alto.

La moneda rodó lenta a lo largo de la ducha de aquel penal.
La diferencia entre coger utilidades y
coger por culo nunca fue tan sutil.

Lleno de decisión tiró una moneda al aire y se dijo;
"si sale cara me pego un tiro y si sale cruz...
le pido que se case conmigo".

Mi madre tenía un oído muy fino.
Cada vez que abría el cierre metálico de su monedero,
me pillaba. Le regalé un tambor a mi hermano.

Era tan pobre e infeliz que lanzó todos sus deseos
a la fuente para quedarse con las monedas.

La empuñó fuertemente en su mano derecha.
Sintió que el filo, de ella, le cortaba;
no pudo soltarla, era de plata,
y él se sentía el ser más miserable y traidor.

Los camilleros pararon en seco al oír la moneda.
John había esperado la ocasión sin abrir el puño.
No había tiempo que perder.